Casos Reales
La grandeza de la letra pequeña
Jaime era un buen padre de familia. Rondaba los cincuenta y tenía un hijo en el que había proyectado alguna de las metas que él no pudo alcanzar. La universidad era una de ellas.
Su hijo Luis siempre había sido un buen estudiante. También lo era en la universidad, donde superaba cursos con una naturalidad que enorgullecía a su padre. Pero aquél año había sido especial. Las calificaciones de Luis habían sobrepasado las expectativas del padre, y hasta las del hijo, a quién decidió recompensar.
Un día, mientras Luis dormía plácidamente, fue sobresaltado con los zarandeos paternos que lo mismo podían haber servido para sacarle de su confortable estado, como para enviarle siempre al lugar donde vagan los sueños eternos: "venga arriba, quiero darte una sorpresa" –le dijo.
A los pocos minutos y sin saber cómo, Luis se vio en el vehículo de su padre. Poco tardaron en llegar al concesionario. Allí esperaba un rutilante mono-volumen azul marino que, ciertamente, más parecía ilusionar al padre que al hijo.
El día en que Luis decidió bautizar el coche lo hizo con todas las de la Ley. Se fue a cenar con su novia a un pueblo costero. Cuando llegaron ya era noche cerrada. Luis aparcó el coche en las proximidades del puerto y ambos se dirigieron al restaurante donde habían reservado mesa. Nada más cruzar el umbral del establecimiento, fueron alertados por un griterío que hizo que la pareja volviera de inmediato a la calle, donde pudieron observar como el coche de Luis, pero también un poco de Jaime, se deslizaba plácidamente por una de las rampas del puerto, hasta terminar mezclando su color de mar con el azul mimético de unas aguas alucinadas. Nada se pudo hacer por el desafortunado monovolumen.
Al día siguiente Luis dio parte a su aseguradora. Pese a que esta reconociera los términos de la póliza contratada a todo riesgo, le contestaron que siniestros como el declarado quedaban fuera de cobertura….
El argumento de la aseguradora apuntaba a que supuestos como aquél quedaban excluidos en las condiciones generales. Es decir, en aquello que todos conocemos como la socorrida letra pequeña, aquella que no firmamos y que se nos envuelve en una suerte de panfleto publicitario, en cuya colaboración ni se nos invita ni se nos espera. Quedan excluidos los accidentes ocurridos en puertos, aeropuertos, etc, venía a decir, más o menos, la exclusión a la que se aferraba la compañía.
Jaime vino al despacho frunciendo el entrecejo y me explicó el caso. Yo le vine a decir, algo más o menos así: ….." realmente la letra pequeña de la que me hablas carece de valor legal. No suele ser cuestionada muy a menudo por los clientes, así que parte del negocio asegurador se basa en ella. Tu caso es un ejemplo y te diré porqué. Las únicas cláusulas que se te pueden aplicar son sólo aquellas que firmaste, y que normalmente son las que figuran en las condiciones particulares, esto es, las dos o tres hojas donde figuran tus datos, el del vehículo y las garantías concretas que has contratado; en otras palabras, tu póliza real. Si entre dichas cláusulas no se contempla la exclusión que se pretende aplicar, es decir, que el accidente tuvo lugar en el puerto, sencillamente carece de valor legal……Para que lo tuviera la tenías que haber conocido primero y aceptado después, incluyendo tu firma a pie del texto que la desarrolla y concreta. Es evidente que lo que se te ha dicho no cumple tales garantías, así que dicha exclusión, para la Ley, sencillamente nunca ha existido.
Se marchó tranquilo. Al cabo de unos meses obtuvo de la aseguradora un vehículo similar, aunque, esta vez, nuestro amigo Jaime se decantó por otro color.
Oscar Ibarretxe
Abogado